CRÓNICAS DE LA CIUDAD

Rafael Guinand inició cosecha de humoristas

     En entrevista concedida al diario el Universal en 1932, veinticinco años antes de su desaparición física, el recordado actor caraqueño cuenta pasajes de su carrera y cómo ve la actividad teatral que entonces se desarrollaba en el país

     En tiempos de crisis a lo largo de la historia del país, el venezolano se ha acostumbrado a reír como una manera de “darle base por bolas” a las situaciones difíciles.

    Por esta época de alta tecnología, en la que una gran mayoría interactúa en las redes sociales como Instagram, Twitter, Facebook, TikTok, WhatsApp, etcétera, abundan los mensajes ácidos o “memes”, que se burlan de las diversas situaciones cotidianas relacionadas con el asunto político, al tiempo que se presentan algunas parodias en teatros y proliferan en algunos locales nocturnos los denominados stand ups.

    “El humor es una manera de hacer pensar sin que el que piensa se dé cuenta que está pensando”, dijo en una oportunidad Aquiles Nazoa, uno de los grandes humoristas en la historia del país, cuya obra quedó plasmada en revistas, libros, obras de teatro y espacios de radio y televisión.

1. Rafael Guinand escribió sus propias obras, fue poeta, columnista en la prensa caraqueña y alcanzó la cúspide de su carrera cuando comenzó la radio en Venezuela

Guinand pionero

     Mucho antes que comenzaran a circular los memes en la red, los stand ups, y aquellos famosos espacios de la TV como Radio Rochela, el Show de Joselo o Bienvenidos, el público venezolano consumió humor de alta calidad a través de las crónicas, artículos y caricaturas que se publicaban en los diarios y en publicaciones especializadas como, por ejemplo, “Morrocoy Azul” y “Fantoches”, en los que destacaban las firmas de Francisco Pimentel (JobPim), Miguel Otero Silva, Manuel Martínez, Pedro León Zapata. . . 

     La ocasión es propicia para recordar a uno de los primeros artistas que en nuestro país cosechó el arte del buen humor, como fue el caraqueño Rafael Guinand, considerado como uno de los cómicos pioneros, quien se inició muy joven como actor de teatro y con el tiempo fue cultivando el género del sainete.

     Guinand también escribió sus propias obras, fue poeta, columnista en la prensa caraqueña y alcanzó la cúspide de su carrera cuando comenzó la radio en Venezuela.

     Llegó a personificar a “Juan Bimba” y su famoso programa “El Galerón Premiado” alcanzó niveles récord de audiencia en los años cuarenta.

     El Galerón Premiado se transmitió por más de una década a través de Radio Continente y un circuito de 17 emisoras en casi todo el país. Salía al aire los días jueves. El espacio se iniciaba con un “aló, aló, cambio, cambio” … Guinand fingía hacer llamadas telefónicas a diferentes lugares de Venezuela exponiendo, a través de distintos personajes, motivos que provocaban hilaridad y alegría en los hogares que sintonizaban.

     Sus personajes en el teatro y en la radio siempre representaron al hombre del pueblo, risueño, chistoso, dicharachero y fatalista, que aceptaba su situación de pobreza con buen humor y resignación.

Conversación con el artista

     Guinand nació en Caracas, el 12 de marzo de 1885 y falleció en su residencia capitalina de la urbanización Vista Alegre el 13 de noviembre de 1957, a la edad de 72 años. 

     A raíz de su desaparición, la revista Crónicas de Caracas, en su edición de diciembre de 1957, reprodujo una entrevista que publicó en dos entregas el diario caraqueño El Universal los días 30 de noviembre y 1 de diciembre de 1932, en la que Guinand le cuenta a “Crispín Valentino” (la mencionada publicación afirma que se trata de un seudónimo) interesantes aspectos de su carrera como actor.

     Nunca habíamos charlado con Rafael Guinand. Lo conocíamos solamente en su faz de cómico venezolano, en el escenario o en el disco, y nuestra admiración por él nos hacía detener para escucharlo con cierta curiosidad por adivinar la facultad de aguda percepción, fría, que denunciaban esos retratos fieles de nuestra psicología global; pero es otra personalidad, analizadora, intelectual, apenas la conocíamos por la referencia de algunos amigos que se limitaban a decirnos: “Guinand es un hombre triste”. Una especie de Garrick, nos decíamos para nosotros mismos y la curiosidad por obtener datos seguros de su otro yo se atenuaba por el temor de encontrarnos en un caso más de la tragedia del payaso, tan explotada en todos los sectores literarios y escénicos, y que de tanto suceder se ha hecho ya algo común, y por tal desprovisto de interés.

Rafael Guinand, actor, poeta, autor dramático y empresario teatral. Fue uno de los pioneros del humor radial

     Por eso ayer cuando se nos encomendó la misión de entrevistar a Guinand, nos limitamos a trazar un cuestionario en las cuartillas encaminado a que el cómico nos diera varias anécdotas de sus aventuras, que divirtieran al lector, eludiendo encontrarnos con esa otra personalidad aureolada por la tristeza de los payasos con que se nos había presentado al Guinand hombre.

     Tomamos el camino de la residencia de Rafael ̶ Altos del Cenizo número 9 ̶ y preguntamos aquí y allá, pudiendo llegar frente a una casa de modesto aspecto, pero ancha y espaciosa, ventilada y rodeada de un ambiente tranquilo que envidiamos los condenados a residir dentro del tráfago ciudadano. Allí apenas rasga el silencio el zumbido de la brisa de los muchos árboles que rodean “el rancho” del cómico, y las bocinas de los automóviles se escuchan como una bruma de sonidos que no llega a erizar los nervios, ni a enredar las ideas.

  ̶ ¿El señor Guinand?

 ̶ Tenga la bondad. Voy a llamarlo.

     Pasamos a la decente salita de recibo y esperamos unos escasos minutos, al cabo de los cuales apareció Rafael en traje de casa, con su figura y su voz humanas, opuestamente distintas a la que nos suministra el cómico criollo que la mayoría conoce. Con un cordial apretón de manos nos saluda, y damos comienzo a una de las charlas más interesantes que hemos sostenido en nuestra vida reporteril. Tan interesante desde los primeros momentos que olvidamos nuestra misión y no habíamos estampado el primer apunte sobre las cuartillas. 

Rafael Guinand no es un hombre triste, su piscología no es la de la otra faz del payaso explotada hasta ahora; es, simplemente, un hombre culto. Nos habla de su casa con entusiasmo por la tranquilidad del ambiente que la rodea, y su fraseología salta ágil dentro de la expresión controlada, sin que sea posible imaginar que este hombre pueda asumir con tanta facilidad el papel de hombre de nuestra multitud.

 

¡Estábamos frente al autor teatral, frente al intelectual!

 ̶ ¿Solamente has escrito teatro?

 ̶ No.  He escrito cuentos, y también versos, si eso puede llamarse mi obra literaria

 ̶  Entre mis cuentos los que te puedo mencionar son “El último Carro” y “La Sirvienta”, por considerar, a mi juicio, desde luego, que sean los mejor realizados. Y versos. . .

 ̶ ¿Festivos?

 ̶ Te voy a decir: por “tomadera de pelo” los he escrito, pero también he querido elaborarlos con seriedad. . .  Más yo los abandoné hace diez o doce años. Comprendí que no servía para escribirlos, aunque ahora últimamente en las propagandas escribo de carrera algunos del género festivo.

 ̶ ¿En teatro?

 ̶  ¡Ah! Es donde he hecho más obra: “El Rompimiento”, “Amor que Mata”, “Por librarse del servicio”, “El Dotol Nigüin”. “Los Bregadores”. “La Gente Sana” y algunos sainetes más.

  ̶ ¿Y en preparación?

  ̶ “Las Glándulas del Mono” y uno que había titulado “La Costumbre”, pero este título no me da toda la intención de la obra.

 ̶ ¿Sainete?

 ̶ Si, la forma exterior de sainete, pero adentro, muy adentro, está algo que me va a hacer estudiar en mí mismo una nueva actitud de cómico sin que me quite, desde luego, la médula central de mi género.

 ̶ Entonces. ¿Crees que la forma de teatro que más nos conviene no puede salirse del sainete?

Guinand fue el autor de “El Rompimiento” (1917), obra teatral fue llevada en 1938 al cine, y se convirtió en el primer largometraje sonoro producido en Venezuela

̶ Si. Estoy convencido de ello: el sainete trae a la escena la huella fresca de la región, está desnuda la psicología del pueblo, de los seres que no se barnizan con las costumbres internacionales, y es lo que puede alumbrar el verdadero eje de nuestro teatro y enrumbarlo hacia una realización definitivamente delineada y distinguida. Porque la alta comedia de todos los países y de todas las lenguas tienden a uniformarse, a meterse dentro de un molde general, universal, algo así como sujeta a un denominador común que impide distinguir su procedencia exacta, como lo hace el sainete. Pero nuestros autores lo rehúyen, quieren elevarse por encima, de humanizar el teatro, y por eso nuestro arte escénico no ha podido empujar como lo debe. No obstante, hay autores teatrales entre nosotros que han comprendido la importancia del sainete para perfilar el carácter de los criollos, y han logrado obras excelentes, como son Ayala Michelena, Barceló, Leoncio, Gustavo Parodi, Otazo, Innes González.

 

̶ ¿Crees que, si nuestros literatos la emprenden por escribir sainetes, lograrían algo?

 

̶ A mi simple juicio, creo que deben hacerlo, pues si alguna ruta existe para iniciar una labor social, es ésta, y nuestro pueblo requiere conocer mejor sus valores, y éstos necesitan ponerse más en contacto con las masas, aún desprovistas de la más elemental idea de lo que es el sello criollo. Estoy seguro de que el teatro sería el más poderoso factor para impulsar esta campaña nacionalista que ha venido tomando calor espontáneamente, de una manera inconsciente, porque el hombre corriente, sin espíritu de selección, se encontraría de pronto frente a una revelación: que, en el país, en la tierra, existe de todo lo que nos viene del extranjero, y le tomamos cariño.

̶ En esto del criollismo, Rafael, fuerza es reconocerlo, tú has sido lo que bien puede llamarse: un apóstol abnegado y paciente.

 

̶ No, chico. Es que a mí me da dolor, por ejemplo, algo que he visto en nuestro Mercado Principal. Una mujer venezolana trigueña y “pimentosa”, como dicen ahora, tiene un puesto de vender masa, producto de maíz venezolano y vendida a los venezolanos . . . pues esta mujer no tiene ningún inconveniente en colocar un cartel que pregone: “Masa americana”. Y otro ejemplo: en el departamento de frutas observo el otro día que un individuo está rotulando unos frascos de encurtidos criollos; me acerco y me encuentro con que los rótulos están timbrados con palabras inglesas. Y aún otro caso más rotundo todavía. En cierta ocasión me encontraba en Maracaibo en uno de los principales hoteles y en vista de que en ninguna de las horas de comida se veían caraotas, yo que soy un ferviente devoto de nuestras clásicas “negritas”, me acerqué al mozo, y le pregunté: “¿Es que aquí no preparan caraotas?” Si, pero no las traen a la mesa. Y no me explico, como lo dije en una charla sobre la caraota negra, por cuáles causas nos ruborizamos con nuestras caraotas, cuando los españoles se ufanan en nombrar sus garbanzos, y así todos los individuos de las distintas nacionalidades con sus platos característicos.

Rafael se levanta del sofá donde se encontraba sentado y nos dice:

̶ A propósito, espérate que te voy a buscar un regalo que me enviaron a la Broadcasting, y el que tengo cuidadosamente guardado.

Guinand se dirige hacia los apartamentos interiores y regresa a los pocos minutos, trayendo consigo una cajita de cartón, la cual abrió ante nuestras pupilas curiosas: 

̶   Son “macagüitas”. Apuesto a que no las conocías.

̶   No.

̶  Es una de las granjerías criollas que más abundaban en la Caracas de los otros tiempos; pero hoy ni se conocen. Estas me las envió alguien que escuchó mis evocaciones por todas las granjerías desaparecidas.

Nuestro entrevistado saca su pitillera y nos obsequia un cigarrillo, el cual encendemos, mientras Guinand tapa amorosamente la cajita de macagüitas y vuelve a tomar asiento.

̶  Pues bien, chico, volviendo a lo del teatro nacional. Yo creo que aquí hace falta una Sociedad de Autores que se preocupe más, y, algo, muy importante, y en nuestra Escuela de Música y Declamación se abra una clase de arte teatral venezolano. Así se lograría que nuestras mujeres de la clase media le perdieran esa ojeriza al escenario, ya que el crisol de la Academia, ennoblecería, por decirlo así, el oficio del actor venezolano, tan denigrado y tan castigado por la opinión. Y creo que en la clase media es donde se conseguirían mejores elementos que en la “élite”, pues casi todos los artistas de todos los países han salido de ese sector intermediario, pobre, pero capaz de cultivarse acaso por esa misma pobreza.

El Rompimiento (1938) película de A. M. Delgado Gómez, sobre el sainete homónimo de Rafael Guinand

     Nos entusiasma la idea de Guinand, y abandonando lápiz y cuartillas, nos acomodamos mejor en nuestro asiento para considerar extra-interviú el excelente proyecto, junto con la personalidad que se encuentra frente a nosotros. Porque Rafael está en ese instante en la posición del analista frío y razonador, que mira aristas en las cosas, gracias a un detenido estudio de la materia que lo capacita para preparar jóvenes y enrumbar el arte escénico venezolano por una ancha ruta labrada con esfuerzos mortificantes y pacientes. No es ni el actor, ni el autor:  es el crítico, es el maestro. Guinand aspira a que nuestra escuela teatral encuentre acogida en el ambiente académico, que fluyan reglas disciplinarias para recoger los efluvios de nuestra psicología y encerrarlos en el rostro y en la palabra; y es aquí donde se nos muestra el Guinand más entusiasta, menos triste, más culto.

     Sin pedantería, con una calma caliente en sus palabras, Guinand nos va explicando sus conceptos sobre teatro, y hace nacer en nosotros la curiosidad por conocer el origen de la afición teatral en el cómico, actor y crítico.

̶̶ Mis primeras actuaciones teatrales comenzaron junto con la de un grupo de aficionados. De noche en noche dábamos funciones en la esquina de San Antonio en el antiguo Estado Vallenilla (hoy La Pastora), y trabajábamos sobre escenarios que nosotros mismos habíamos construido la víspera de la función. Recuerdo mucho que nos capitaneaba Juan Francisco González (alias: “Pollo Loco”), quien disponía del producto de las entradas, abonándonos por todo capital una tostada de las que vendía un tostadero en la esquina de Pineda. En esa “trouppe” (si es que aquel grupo medio loco y desinteresado puede llamarse así) también trabajaba Juan María Arévalo, a quien se conoce más por su apodo de “Gallo Blanco”, de quien hay más anécdotas que revistas en Caracas.

̶̶ ¿Y después del teatro de San Antonio?

 

̶̶ Pasamos a la esquina josefina de La Esmeralda. Allí nuestro empresario era un alpargatero llamado Pedro Eloy Ulloa, quien se enorgullecía de serlo. Ensayábamos en la sala de su casa y como la familia hacía gofios para venderlos, y los colocaban en la sala debidamente tapados, nosotros robábamos las sabrosas chucherías; pero Ulloa nos perdonaba todo. En la Esmeralda venía trabajando, cuando Carlos Ruiz Chapellín asistió a uno de los ensayos y me llevó para el Calcaño, donde debuté con “Un Bohemio o los Banderilleros de Caracas”, de Abelardo Gorrochotegui, y “El Grito Público”, de Carlos Ruiz Chapellín.

 

̶̶ Carlos Ruiz Chapellín ha sido una de las principales figuras de nuestro teatro, ¿verdad? 

̶̶ Ha sido el verdadero precursor del teatro nacional ̶ ̶ nos contesta Guinand con propiedad en su voz.

 

̶̶ Bien. Continúa tu aventura.

 

̶̶ Pues del Teatro Calcaño salimos en una turnée por Valencia, Puerto Cabello y Barquisimeto, donde hubo que reducir la compañía porque no daba para los gastos. La reducción de la compañía se hizo retirando la broza, lo “peorcito”, y de lo cual formaba yo parte activa. Así, pues, me despacharon para Caracas y Carlos me entregó un paquete grandecito de monedas, con las cuales me consideraba más rico que Rockefeller. Pero he aquí que cuando echa a andar el tren, deshago el paquete, cuento, y me encuentro que me habían dado dos pesos en lochas. Llegué a Puerto Cabello y allí no tenía con qué continuar viaje hasta Caracas, pero un amigo me hospedó en una piececita que tenía alquilada, hasta que conseguí quien me regalara el pasaje hasta Caracas.

 

̶̶ ¿Y otras tournées artísticas?

 

̶̶ Con Guillermo Bolívar, “Bolivita”, fui hasta San Cristóbal y Cúcuta devengando un sueldo fabuloso para aquellos tiempos: Bs. 300 mensuales. En esta temporada le fue bien a la compañía. Y después, he hecho otras temporaditas.

 

̶̶ ¿Y de tus compañeros de andanzas qué opinión tienes?

 

̶̶ Que Teófilo Leal es lo más alto. Y que hay muchos, muchos que tienen facultades de sobra: Saavedra, Izquierdo y muchos que quizás están escondidos y que de un momento a otro nos asombren.

 

̶̶ ¿Y en el sector femenino?

 

̶̶ Carmencita Serrano tiene excelentes condiciones, y una hijita mía, Ana Teresa, también es inteligente. Actualmente ambas trabajan en el Broadcasting Caracas: Carmencita con sueldo fijo y Ana Teresa cuando la llaman.

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