La primera taza de café en el valle de Caracas

17 Oct 2022 | Crónicas de la Ciudad

Prof. Arístides Rojas*

     “Con el patronímico francés de Blandain o Blandín, se conocen en las cercanías de Caracas, dos sitios; el uno es la quebrada y puente de este nombre, en la antigua carretera de Catia, lugar que atraviesa la locomotora de La Guaira; el otro, la bella plantación de café, al pie de la silla del Ávila, vecina del pueblo de Chacao. Recuerdan estos lugares a la antigua y culta familia franco-venezolana que figuró en esta ciudad, desde mediados del último siglo, ya en el desarrollo del arte musical, ya en el cultivo del café, en el valle de Caracas, y la cual dio a la iglesia venezolana un sacerdote ejemplar, un patricio a la revolución de 1810 y dos bellas y distinguidas señoritas, dechados de virtudes domésticas y sociales, origen de las conocidas familias de Argaín, Echenique, Báez-Blandín, Aguerrevere, González-Alzualde, Rodríguez-Supervie, etc., etc.

     Don Pedro Blandaín, joven de bellas prendas, después de haber cursado en su país la profesión de farmacéutico, quiso visitar a Venezuela, y al llegar a Caracas, por los años 1740 a 1741, juzgó que en ésta podía fundarse un buen establecimiento de farmacia, que ninguno tenía la capital en aquel entonces.

     La primera botica en Caracas databa de cien años atrás, 1649, cuando por intervención del Ayuntamiento, formóse un bolso entre los vecinos pudientes, para llevar a remate el pensamiento de tener una botica, la cual fue abierta al público, y puesta bajo la inspección de un señor Marcos Portero. Pero esta botica, sin estímulo, sin población que la favoreciera, sin médicos que la frecuentaran, pues era cosa muy rara, en aquella época ver a un discípulo de Esculapio por las solitarias calles de Caracas, hubo de desaparecer, continuando el expendio de drogas en las tiendas y ventorrillos de la ciudad, como es de uso todavía en nuestros campos. El estudio de las ciencias médicas no comenzó en la Universidad de Caracas sino en 1763.

     La primera botica francesa que tuvo Caracas, fundada por Don Pedro Blandaín, figuró cerca de la esquina del Cují, en la actual Avenida Este, número 54, casa que hasta ahora pocos años, tuvo sobre el portón un balconcete. (1)

     A poco de haberse Don Pedro instalado en Caracas, unióse en matrimonio con la graciosa caraqueña Dona Mariana Blanco de Valois, de la cual tuvo varios hijos; y como era hombre a quien gustaba vivir con holgura, hízose de nueva y hermosa casa que habitó, y fue esta la solariega de la familia Blandain. (2). En los días de 1776 a 1778, la familia Blandain había perdido cuatro hijos, pero conservaba otros cuatro: Don Domingo, que acaba de recibir la tonsura y el grado de Doctor en Teología, y figuró más tarde como Doctoral en el Cabildo eclesiástico; Don Bartolomé, que después de viajar por Europa, tomaba a su patria para dedicarse a la agricultura y al cultivo del arte musical, que era su encanto; y las señoritas María de Jesús y Manuela, ornato de la sociedad caraqueña en aquella época. A poco esta familia, con sus entroncamientos de Argain, Echenique, Báez, constituyó por varios respectos, uno de los centros distinguidos de la sociedad caraqueña.

     A estas familias, como a las de Aresteigueta, Machillanda, Uztáriz y otras más que figuraron en los mismos días, se refieren las siguientes frases del Conde de Segur, cuando en 1784, hubo de conocer el estado social de la capital de Venezuela. “El Gobernador — escribe— me presentó a las familias más distinguidas de la ciudad, donde tropezamos con hombres algo taciturnos y serios; pero en revancha, conocimos gran número de señoritas, tan notables por la belleza de sus rostros, la riqueza de sus trajes, la elegancia de sus modales y por su amor al baile y a la música, como también por la vivacidad de cierta coquetería que sabía unir muy bien la alegría a la decencia”.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

En los terrenos de la antigua hacienda Blandín se construiría, a finales de la década de 1920, el Country Club de Caracas.

     Y a estas mismas familias se refieren los conceptos de Humboldt que visitó a Caracas en 1799: “He encontrado en las familias de Caracas —escribe— decidido gusto por la instrucción, conocimiento de las obras maestras de la literatura francesa e italiana y notable predilección por la música que cultivan con éxito, y la, cual, como toda bella arte, sirve de núcleo que acerca las diversas clases de la sociedad”.

      Todavía, treinta años más tarde, después de concluida la revolución que dio origen a la República de Venezuela, entre los diversos conceptos expresados por viajeros europeos, respecto de la sociedad de Caracas, en la época de Colombia, encontramos los siguientes del americano Duane, que visitó las arboledas de Blandain en 1823, y fue obsequiado por esta familia. Después de significar lo conocido que era de los viajeros el nombre de Blandain, así como era proverbial la hospitalidad de ella, agrega: “el orden y felicidad de esta familia son envidiables, no porque ella sea inferior a sus méritos, sino porque sería de desearse que toda la humanidad participara de semejante dicha”. (3)

     En la época en que el Conde de Segur visitó esta ciudad, el vecino y pintoresco pueblo de Chacao, en la región oriental de la Silla de Ávila, era sitio de recreo de algunas familias de la capital que, dueñas de estancias frutales y de fértiles terrenos cultivados, pasaban en el campo cierta temporada del año. Podemos llamar a tal época, época primaveral, porque fue, durante ella, cuando se despertó el amor a la agricultura y al comercio, visitaron la capital los herborizadores alemanes que debían preceder a Humboldt, y se ejecutaron bajo las arboledas del Ávila, los primeros cuartetos de música clásica que iban a dar ensanche al arte musical en la ciudad de Losada. En estos días finalmente, veían en Caracas la primera luz dos ingenios destinados a llenar páginas inmortales en la historia de América: Bello, el cantor de la zona Tórrida; Bolívar, el genio de la guerra, que debía conducir en triunfo sus legiones desde Caracas hasta las nevadas cumbres que circundan al dilatado Titicaca.

     ¿Cómo surgió el cultivo del café en el valle de Caracas? Desde 1728, época en que se estableció en esta capital la Compañía Guipuzcoana, no se cultivaba en el valle sino poco trigo, que fue poco a poco abandonado a causa de la plaga; alguna caña, algodón, tabaco, productos que servían para el abasto de la población, y muchos frutos menores; desde entonces comenzó casi en todo Venezuela el movimiento agrícola, con el cultivo del añil y del cacao, que constituían los principales artículos de exportación. Más, la riqueza de Venezuela no estaba cifrada en el cacao, que ha ido decayendo, ni en el añil, casi abandonado, ni en el tabaco, que poco se exporta, ni en la caña, cuyos productos no pueden rivalizar con los de las Antillas, ni en el trigo, cuyo cultivo está limitado a los pueblos de la Cordillera, ni en el algodón, que no puede competir con el de Estados Unidos, sino el café que se cultiva en una gran parte de la República.

     Sábese que el arbusto del café, oriundo de Abisinia, fue traído de París a Guadalupe por Desclieux, en 1720. De aquí pasó a Cayena en 1725, y en seguida a Venezuela. Los primeros que introdujeron esta planta entre nosotros fueron los misioneros castellanos, por los años de 1730 a 1732, y el primer terreno donde, prosperó fue a orillas del Orinoco. El padre Gumilla nos dice, que el mismo lo sembró en sus misiones, de donde se extendió por todas partes. El misionero italiano Gilli lo encontró frutal en tierra de los Tamanacos, entre el Guárico y el Apure, durante su residencia en estos lugares, a mediados del último siglo. En el Brasil, la planta data de 1771, probablemente llevada de las Misiones de Venezuela.

     La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784. En las estancias de Chacao, llamadas “Blandín”, “San Felipe” y «“La Floresta”, que pertenecieron a Don Bartolomé Blandín y a los Presbíteros Sojo y Mohedano, cura éste último del pueblo de Chacao, crecía el célebre arbusto, más como planta exótica de adorno que como planta productiva. Los granos y arbustitos recibidos de las Antillas francesas, habían sido distribuidos entre estos agricultores que se apresuraron a cuidarlos. Pero andando el tiempo, el padre Mohedano concibe en 1784 el proyecto de fundar un establecimiento formal, recoge los pies que puede, de las diversas huertas de Chacao, planta seis mil arbolillos, los cuales sucumben en casi su totalidad. Reunidos entonces los tres agricultores mencionados, forman semilleros, según el método practicado- en las Antillas, y lograron cincuenta mil arbustos que rindieron copiosa cosecha.

     Al hablar de la introducción del café en el valle de Caracas, viene a la memoria el del arte musical, durante una época en la cual los señores Blandín y Sojo desempeñaban importante papel en la filarmonía de la capital. Los recuerdos del arte musical y del cultivo del café son para el campo de Chacao, lo que para los viejos castillos feudales las leyendas de los trovadores: cada boscaje, cada roca, la choza derruida, el árbol secular, por donde quiera, la memoria evoca recuerdos placenteros de generaciones que desaparecieron. Cuando se visitan las arboledas y jardines de “Blandín”, de “La Floresta” y “ San Felipe”, haciendas cercanas, como lo estuvieron sus primitivos dueños, unidos por la amistad, el sentimiento y la patria; cuando se contemplan los chorros de Tócome, la cascada de Sebucán, las aguas abundosas que serpean por las pendientes del Ávila; cuando el viajero posa sus miradas sobre las ruinas de Bello Monte, o solicita bajo las arboledas de los bucares floridos, cubiertos con manto de escarlata, las arboledas de café coronadas de albos jazmines que embalsaman el aire; el pensamiento se transporta a los días apacibles en que figuraban Mohedano, Sojo y Blandín; época en que comenzaba a levantarse en el viejo mundo la gran figura de Miranda, y a orillas del Anauco y del Guaire, las de Bello y Bolívar. El padre Sojo y Don Bartolomé Blandín acompañado este de sus hermanas María de Jesús y Manuela, llenas de talento musical, reunían en sus haciendas de Chacao a los aficionados de Caracas; y este lazo de unión que fortalecía el amor al arte, llegó a ser en la capital el verdadero núcleo de la música moderna. El padre Sojo, de la familia materna de Bolívar, espíritu altamente progresista, después de haber visitado a España y a Italia, y en esta muy especialmente a Roma, en los días de Clemente XIV, regresó a Caracas con el objeto de concluir el convento de Neristas, que a sus esfuerzos levantara, y del cual fue Prepósito. El convento fue abierto en 1771. (4)

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

La introducción y cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, remonta a los años de 1783 a 1784.

     Las primeras reuniones musicales de Caracas se verificaron en el local de esta Institución, y en Chacao, bajo las arboledas de “Blandín” y de “La Floresta”. El primer cuarteto fue ejecutado a la sombra de los naranjeros, en los días en que sonreían sobre los terrenos de Chacao los primeros arbustos del café. A estas tertulias musicales asistían igualmente muchos señores de la capital.

     En 1786 llegaron a Caracas dos naturalistas alemanes, los señores Bredemeyer y Schultz, quienes comenzaron sus excursiones por el valle de Chacao y vertientes del Ávila. Al instante hicieron amistad con el padre Sojo, y la intimidad que entre todos llego a formarse, fue de brillantes resultados para el adelantamiento del arte musical, pues agradecidos los viajeros, a su regreso a Europa en 1789, después de haber visitado otras regiones de Venezuela, remitieron al padre Sojo algunos instrumentos de música que se necesitaban en Caracas, y partituras de Pleyel, de Mozart y de Haydn. Esta fue la primera música clásica que vino a Caracas, y sirvió de modelo a los aficionados, que muy pronto comprendieron las bellezas de aquellos autores.

     A proporción que las plantaciones crecían a la sombra paternal de los bucares, con frecuencia eran visitados por todos aquellos que, en pos de una esperanza, veían deslizarse los días y aguardaban la solución de una promesa. Por dos ocasiones, antes de florecer el café, los bucares perdieron sus hojas, y aparecieron sobre las peladas copas macetas de flores color de escarlata que hacían aparecer las arboledas, como un mar de fuego. Cuánta alegría se apoderó de los agricultores, cuando en cierta mañana, ¡al cabo de dos años brotaron los capullos que en las jóvenes ramas de los cafetales anunciaban la deseada flor! A poco, todos los arboles aparecieron materialmente cubiertos de jazmines blancos que embalsamaban el aire. El europeo que por la vez primera contempla una arboleda de café en flor, recibe una impresión que le acompaña para siempre. Le parece que sobre todos los árboles ha caído prolongada nevada, aunque el ambiente que lo rodea es tibio y agradable. Al instante, siente el aroma de las flores que le invita a penetrar en el boscaje, tocar con sus manos los jazmines, llevarlos al olfato, para en seguida contemplarlos con emoción. No es nevada, no es escarcha; es la diosa Flora, que tiende sobre los cafetales encajes de armiño, nuncios de la buena cosecha que va a dar vida a los campos y pan a la familia. Pero todavía es más profunda la emoción, cuando, al caer las flores, asoman los frutos, que al madurarse aparecen como macetitas de corales rojos que tachonan el monte sombreado por los bucares revestidos.

     De antemano se había convenido, en que la primera taza de café sería tomada a la sombra de las arboledas frutales de Blandín, en día festivo, con asistencia de aficionados a la música y de familias y personajes de Caracas. Esto pasaba a fines de 1786. Cuando llegó el día fijado, desde muy temprano, la familia Blandín y sus entroncamientos de Echenique, Argain y Báez, aguardaban a la selecta concurrencia, la cual fue llegando por grupos, unos en cabalgaduras, otros en carretas de bueyes, pues la calesa no había, para aquel entonces, hecho surco en las calles de la capital ni el camino de Chacao. Por otra parte, era de lujo, tanto para caballeros como para damas, manejar con gracia las riendas del fogoso corcel, que se presentaba ricamente enjaezado, según uso de la época.

     La casa de Blandín y sus contornos ostentaban graciosos adornos campestres, sobre todo, la sala improvisada bajo la arboleda, en cuyos extremos figuraban los sellos de armas de España y de Francia. En esta área estaba la mesa del almuerzo, en la cual sobresalían tres arbustos de café artísticamente colocados en floreros de porcelana. Por la primera vez, iba a verificarse, al pie de la Silla del Ávila, inmortalizada por Humboldt, una fiesta tan llena de novedad y de atractivos, pues que celebraba el cultivo del árbol del café en el valle de Caracas, fiesta a la cual contribuía lo más distinguido de la capital con sus personas, y los aficionados al arte musical, con las armonías de Mozart y de Beethoven. La música, el canto, la sonrisa de las gracias y el entusiasmo juvenil, iban a ser el alma de aquella tenida campestre.

     Espléndido apareció a los convidados el poético recinto, donde las damas y caballeros de la familia Blandín hacían los honores de la fiesta, favorecidas de la gracia y gentileza que caracteriza a personas cultas, acostumbradas al trato social. Por todas partes sobresalían ricos muebles dorados o de caoba, forrados de damasco encarnado, espejos venecianos, cortinas de seda, y cuanto era del gusto de aquellos días, en los cuales el dorado y la seda tenían que sobresalir.

     La fiesta da comienzo con un paseo por los cafetales, que estaban cargados de frutos rojos. Al regreso de la concurrencia, rompe la música de baile, y el entusiasmo se apodera de la juventud. Después de prolongadas horas de danza, comienzan los cuartetos musicales y el canto de las damas, el cual encontró quizá eco entre las aves no acostumbradas a las dulces melodías del canto y a los acordes del clavecino.

     A las doce del día comienza el almuerzo, y concluido este, toma el recinto otro aspecto. Todas las mesas desaparecieron menos una, la central, que tenía los arbustos de café, de que hemos hablado, y la cual fue al instante exornada de flores y cubierta de bandejas y platos del Japón y de China. Y por ser tan numerosa la concurrencia, la familia Blandín se vio en la necesidad de conseguir las vajillas de sus relacionados, que de tono y buen gusto era en aquella época, dar fiestas en que figurasen los ricos platos de las familias notables de Caracas.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

Arístides Rojas fue uno de los primeros escritores venezolanos que divulgó la historia del café en Venezuela.

     Cuando llega el momento de servir el café, cuya fragancia se derrama por el poético recinto, vése un grupo de tres sacerdotes, que, precedidos del anfitrión de la fiesta, Don Bartolomé Blandín, se acercaron a la mesa: eran éstos, Mohedano, el padre Sojo y el padre Doctor Domingo Blandín, que, desde 1.775, había comenzado a figurar en el clero de Caracas. (5) Llegan a la mesa en el momento en que la primera cafetera vacía su contenido en la transparente taza de porcelana, la cual es presentada inmediatamente al virtuoso cura de Chacao. Un aplauso de entusiasmo acompaña a este incidente, al cual sucede momento de silencio. Allí no había nada preparado, en materia de discurso, porque todo era espontáneo, como era generoso el corazón de la concurrencia. Nadie había “Soñado con la oratoria ni con frases estudiadas; pero al fijarse todas las miradas sobre el padre Mohedano, que tenía en sus manos la taza de café que se le había presentado, algo esperaba la concurrencia. Mohedano conmovido, lo comprende así, y dirigiendo sus miradas al grupo más numeroso, dice:

     “Bendiga Dios al hombre de los campos sostenido por la constancia y por la fe. Bendiga Dios el fruto fecundo, don de la sabia Naturaleza a los hombres de buena voluntad. 

     Dice San Agustín que cuando el agricultor, al conducir el arado, confía la semilla al campo, no teme, ni la lluvia que cae, ni el cierzo que sopla, porque los rigores de la estación desaparecen ante las esperanzas de la cosecha. Así nosotros, a pesar del invierno de esta vida mortal, debemos sembrar, acompañada de lágrimas, la semilla que Dios ama: la de nuestra buena voluntad y de nuestras obras, y pensar en las dichas que nos proporcionara abundante cosecha”.

     Aplausos prolongados contestaron estas bellas frases del cura de Chacao, las cuales fueron continuadas por las siguientes del padre Sojo: “Bendiga Dios el arte, rico don de la Providencia, siempre generosa y propicia al amor de los seres, cuando esta sostenido por la fe, embellecido por la esperanza y fortalecido por la caridad”. (6)

     El padre Don Domingo Blandín quiso igualmente hablar, y comenzando con la primera frase de sus predecesores, dijo: “Bendiga Dios la familia que sabe conducir a sus hijos por la vía del deber y del amor a lo grande y a lo justo. Es así como el noble ejemplo se transmite de padres a hijos y continúa como legado inagotable. Bendiga Dios esta concurrencia que ha venido a festejar con las armonías del arte musical y las gracias y virtudes del hogar, esta fiesta campestre, comienzo de una época que se inaugura, bajo los auspicios de la fraternidad social”. Al terminar, el joven sacerdote tomo una rosa de uno de los ramilletes que figuraban en la mesa, y se dirigió al grupo en que estaba su madre, a la cual le presentó la flor, después de haberla besado con efusión. La concurrencia celebró tan bello incidente del amor íntimo, delicado, al cual sucedieron las expansiones sociales y la franqueza y libertad que proporciona el campo a las familias cultas.

     Desde aquel momento la juventud se entregó a la danza, y el resto de la concurrencia se dividió en grupos. Mientras que aquella respiraba solamente el placer fugaz, los hombres serios se habían retirado al boscaje que estaba orillas del torrente que baña la plantación. Allí se departió acerca de los sucesos de la América del Norte y de los temores que anunciaban en Francia algún cambio de cosas. Y como en una reunión de tal carácter, cuyo tema obligado tenía que ser el cultivo del café y el porvenir agrícola que aguardaba a Venezuela, los anfitriones Mohedano, Sojo y Blandín, los primeros cultivadores del café en el valle de Caracas, hubieron de ser agasajados, no solo por sus méritos sociales y virtudes eximias sino también por el espíritu civilizador, que fue siempre el norte de estos preclaros varones.

     Ya hemos hablado anteriormente del padre Sojo y de Don Bartolomé Blandín, aficionados al arte musical, que después de haber visitado el viejo mundo, trajeron a su patria gran contingente de progreso, del cual supo aprovecharse la sociedad caraqueña. En cuanto al padre Mohedano, cura de Chacao, nacido en la villa de Talarrubias (Extremadura), había pisado a Caracas en 1.759, como familiar del Obispo Diez Madroñero. A poco recibe las sagradas órdenes y asciende a Secretario del Obispado. En 1.769, al crearse la parroquia de Chacao, Mohedano se opone al curato y lo obtiene. En 1.798, Carlos IV le elige Obispo de Guayana, nombramiento confirmado por Pío VIII en 1.800. Monseñor Ibarra le consagra en 1.801, pero su apostolado fue de corta duración, pues murió en 1.803. Según ha escrito uno de sus sabios apologistas, el Obispo de Tricala, Mohedano fue uno de los mejores oradores sagrados de Caracas. Su elocuencia, dice, era toda de sentimiento religioso, realzado por la modestia de su virtud. La sencillez y austeridad que se transparentaban en su semblante, daban a su voz debilitada dulce influencia sobre los corazones”.

     Hablábase del porvenir del café, cuando Mohedano manifestó a sus amigos con quienes departía, que esperaba en lo sucesivo, buenas cosechas, pues su producto lo tenía destinado para concluir el templo de Chacao, blanco de todas sus esperanzas. Morir después de haber levantado un templo y de haber sido útil a mis semejantes, será, dijo, mi más dulce recompensa.

     Entonces alguien aseguró a Mohedano, que, por sus virtudes excelsas, era digno del pontificado y que este sería el fin más glorioso de su vida.

     — No, no, replico el virtuoso pastor. Jamás he ambicionado tanta honra. Mi único deseo, mi anhelo es ver feliz a mi grey, para lo que aspiro continuar siendo médico del alma y médico del cuerpo. (7) Rematar el templo de Chacao, ver desarrollado el cultivo del café y después morir en el seno de Dios y con el cariño de mi grey, he aquí mi única ambición.

     Catorce años más tarde de aquel en que se había efectuado tan bella fiesta en el campo de Chacao, dos de estos hombres habían desaparecido: el padre Sojo que murió a fines del siglo, después de haber extendido el cultivo del café por los campos de los Mariches y lugares limítrofes; y Mohedano que después de ejercer el episcopado a orillas del Orinoco, dejó la tierra en 1.803. Solo a Blandín vino a solicitarle la Revolución de 1.810. Abraza desde un principio el movimiento del 19 de abril del mismo año, y su nombre figura con los de Roscio y Tovar en los bonos de la Revolución Venezolana. Asiste después, como suplente, al Constituyente de Venezuela de 1.811, y cuando todo turbio corre, abandona el patrio suelo, para regresar con el triunfo de Bolívar en 1.821.

     Nueve años después desapareció Bolívar, y cinco más tarde, en 1.835, se extinguió a la edad de noventa años, el único que quedaba de los tres fundadores del cultivo del café en el valle de Caracas. Con su muerte quedaba extinguido el patronímico Blandaín.

     Blandin es el sitio de Venezuela que ha sido más visitado por nacionales y extranjeros durante un siglo; y no hay celebridad europea o nacional que no le haya dedicado algunas líneas, durante este lapso de tiempo. Segur, Humboldt, Bonpland, Boussingault, Sthephenson, y con estos, Miranda, Bolívar y los magnates de la Revolución de 1.810, todos estos hombres preclaros, visitaron el pintoresco sitio, dejando en el corazón de la distinguida familia que allí figuró, frases placenteras que son aplausos de diferentes nacionalidades a la virtud modesta coronada con los atributos del arte.

     Un siglo ha pasado con sus conquistas, cataclismos, virtudes y crímenes, desde el día en que fueron sembrados en el campo de Chacao los primeros granos del arbusto sabeo; y aún no ha muerto en la memoria de los hombres el recuerdo de los tres varones insignes, orgullo del patrio suelo: Mohedano, Sojo y Blandín. Chacao fue destruido por el terremoto de 1812, pero nuevo templo surgió de las ruinas para bendecir la memoria de Mohedano, mientras que las arboledas de “San Felipe”, y las palmeras del Orinoco, cantan hosanna al pastor que rindió la vida al peso de sus virtudes. Del padre Sojo hablan los anales del arte musical en Venezuela, las campiñas de “La Floresta” hoy propiedad de sus deudos, los cimientos graníticos de la fachada de Santa Teresa y los árboles frescos y lozanos que en el área del extinguido convento de Neristas circundan la estatua de Washington. El nombre de Blandín no ha muerto: lo llevan, el sitio al Oeste de Caracas, por donde pasa después de vencer alturas la locomotora de La Guaira; y la famosa posesión de café, que con orgullo conserva uno de los deudos de aquella notable familia. En este sitio celebre, siempre visitado, la memoria evoca cada día el recuerdo de sucesos inmortales, el nombre de varones ilustres y las virtudes de generaciones ya extinguidas, que supieron legar a la presente lo que habían recibido de sus antepasados: el buen ejemplo. El patronímico Blandín ha desaparecido; pero quedan los de sus sucesores Echenique, Báez, Aguerrevere, Rodríguez Supervie, etc., etc., que guardan las virtudes y galas sociales de sus progenitores.

     Desapareció el primer clavecino que figuró entonces por los años de 1.772 a 1.773, y aún se conserva el primer piano clavecino que llegó más tarde, y las arpas francesas, instrumentos que figuraron en los conciertos de Chacao. Sobresalgan en el museo de algún anticuario las pocas bandejas y platos del Japón y de China que han sobrevivido a ciento treinta años de peripecias, así como los curiosos muebles almidonados como inútiles y restaurados hoy por el arte.

     Los viejos árboles del Ávila aún viven, para recordar las voces argentinas de María de Jesús y de Manuela, en tanto que el torrente que se desprende de las altas cumbres, después de bañar con sus aguas murmurantes los troncos añosos y los jóvenes bucares, va a perderse en la corriente del lejano Guaire”.

  • * Historiador, naturalista, periodista y médico caraqueño (1826-1894), autor de innumerables y valiosos trabajos de carácter histórico. Sus restos reposan en el Panteón Nacional

NOTAS

  • (1) Ya sea porque los límites al Este de Caracas, llegaban, en la época a que nos referimos a la esquina del Cují, ya porque los sucesores de Don Pedro quisieron vivir en un mismo vecindario, es lo cierto que las hermosas casas de la familia Blandain y de sus sucesores Blandain y Echenique-Blandain-Báez-Blandain, Aguerrevere, Alzualde, etc., etc.., figuran en esta área de Caracas, conservándose aun las que resistieron el terremoto de 1812.

     

  • (2) Esta casa destruida por el terremoto de 1810, bellamente reconstruida hace como cuarenta y cinco años, es la marcada con el N° 47 de la misma avenida

     

  • (3) Conde de Segur. Memoires, Souvenir et Anecdotes, 3 vol. Humboldt. Viajes. Duane. A visit to Colombia, 1 vol. 1827.

     

  • (4) En el área que ocupó el convento y templo de Nerista, figura hoy el parque de Washington, en cuyo centro descuella la estatua de este gran patricio. Nuevos árboles han sustituido a los añejos cipreses del antiguo patio, pero aún se conserva el nombre de esquina de los Cipreses, a la que lo lleva hace más de un siglo.

     

  • (5) El Doctor Don Domingo Blandín, Racionero de la Catedral de Cuenca, en el Ecuador, tomó posesión de la misma dignidad, en la Catedral de Caracas, en 1807. El 25 de junio de este año ascendió a la de Doctoral, y el 6 de noviembre de 1814, a la de Chantre

     

  • (6) Hace más de cuarenta años que tuvimos el placer de escuchar a la señora Dolores Báez una gran parte de los pormenores que dejamos narrados. Todavía, después de cien años, se conservan muchos de éstos, entre los numerosos descendientes de la familia Blandín. En las frases pronunciadas por el padre Sojo, falta el último párrafo, que no hemos podido descifrar en el apagado manuscrito con que fuimos favorecidos, lo mismo que las palabras de Don Bartolomé Blandín, borradas por completo

     

  • (7) Aludía con estas frases a la asistencia y medicinas que facilitaba a los enfermos de Chacao y de sus alrededores

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