CRÓNICAS DE LA CIUDAD

La Casona, una historia verdadera

Eduardo Larralde, propietario original de La Casona, le amplió sus enormes corredores y salones

Por Alicia Larralde

     Considero que es un deber con la sagrada memoria de mis padres Eduardo Larralde de la Madriz y Lola Hernández Tamayo de Larralde aclarar los verdaderos hechos sobre la historia de “La Casona”, convertida en Residencia Presidencial. Voy ahora a relatar lo que sé porque lo viví desde mi más tierna infancia, y lo que me contaron mis padres.

     Comenzando el año 1900 regresó a Venezuela a encargarse de los bienes de su abuela Carlota Mijares y Solórzano, Marquesa de Mijares, mi padre, Eduardo Larralde de la Madriz, quien había estado ausente del país por largos años, ya que cursó estudios en Francia y Estados Unidos de Norte América.

     Una de las propiedades heredadas fue la Hacienda La Carlota que llevaba el nombre de su antigua dueña. Esta hacienda estaba sembrada de cacao y café y tenía poco riego. Mi padre hombre de ideas nuevas y gran amante de la agricultura resolvió convertirla en un fundo de caña de azúcar, pero para lograrlo necesitaba conseguir el agua suficiente que reclama esta clase de siembra. 

     Y por ello compró la Hacienda vecina, llamada Los Pastores, que era propiedad de la sucesión Reina, y estaba atravesada por la rica quebrada de Agua de Maiz.

     Unió y desmontó ambas Haciendas. Esta terrible empresa casi le cuesta la vida ya que adquirió en ella la fiebre amarilla, funesta enfermedad de aquella época. A la Hacienda Los Pastores se le cambió el nombre por el de Santa Cecilia, en recuerdo de su tía Cecilia de la Madriz, quien murió muy joven y bella en París. En 1910, mi padre se casó con su prima Lola Hernández Tamayo y se fueron a vivir a la casa de la Hacienda La Carlota, donde tuvieron la desgracia de perder a mi hermana mayor Carlota Larralde de 4 años de edad. La desgracia de mis padres fue tan grande que no quisieron volver a vivir en esta casa poblada de las risas e infantiles carreras de su primogénita, Mi padre decidió venderla junto con 10.000 metros cuadrados de terreno, la propiedad la adquirió el doctor Gustavo Manrique Pacanins, quien la remodeló convirtiéndola en una bellísima mansión.

     Fue entonces cuando nosotros fuimos a habitar la Casa de la Hacienda Santa Cecilia, hoy día convertida en la famosa Casona. Fue mi padre quien acondicionó esta bella residencia colonial, tratando por todos los medios de conservarle su estilo. Le amplió sus enormes corredores y salones, sus patios internos con frescas fuentes llenas de nenúfares y rojos pececitos. Rodeó la residencia de miles de matas de los más hermosos rosales, sembró numerosos chaguaramos, totumos, guanábanos, aguacates, pomarrosas, mangos y toda clase de frutas tropicales.

En la década de 1960, el Estado adquirió La Casona, para convertir en Residencia Presidencial

     Todavía existe la gran avenida que conduce a la Casona con los caobos de Santo Domingo y palmas sembrados por las manos de mi padre. Él quiso conservarle todo su sabor colonial, dándole la forma que todavía existe. Sus techos eran de caña amarga barnizados al natural y sus pisos rojos. En cada extremo del inmenso corredor principal, se encontraba el Oratorio, donde iba a ofrecer la misa en las grandes ocasiones el padre Martín, cuya esfinge quedó inmortalizada en el cuadro que representa el matrimonio del Libertador en la casa natal de los Bolívar de nuestro insigne pintor Tito Salas. Al otro extremo del corredor se encontraba un acuario rodeado de palmas enanas y hermosos helechos que eran el hobby de mamá. La casa contaba con 20 dormitorios y 7 baños. Las fiestas sociales, celebraciones navideñas y piñatas infantiles ofrecidas por mis padres, todavía son comentadas por su elegancia y savoir faire.

     De lo que aquí relato pueden dar fe los queridos amigos de mis padres Don Henrique Pérez Dupuy y Luisa Margarita Velutini Dupuy, Dr. Cristóbal Mendoza y Tulia Virginia Páez Pumar, Don Eduardo Schlagater y Carme Boulton de Schlagater, los Arismendi, Centeno Vallenilla, García Dávila y nuestros parientes los Erasos, Pérez Monteverde, Larrazábal Blanco, Arroyo Gómez Giménez y otros más…

     Mi padre fue propietario de La Casona por más de un cuarto de siglo y creó un emporio de riqueza, ya que fue fundador del primer Central Azucarero en el valle de Caracas, allí se molían los cañamelares de todas las haciendas circundantes. La Hacienda Zárraga, hoy día los Cortijos de Lourdes, cuyos propietarios eran los padres de nuestros queridos compañeros de infancia José y Mary Giacopini Zárraga; Los Ruices, de José María Ruiz; las Haciendas La Floresta y Bello Campo, de la familia Sosa Báez, La Ciénaga, convertida en el parque del Este, del notable escritor Manuel Díaz Rodríguez, y de la gran amiga de mamá, Graciela de Díaz Rodríguez; el Muñeco, de los Toledo Trujillo; el Güeregüere, de Pablo Guerra, y otras más que escapan a mi memoria.

     Mi padre fue también fundador de la Asociación de Azucareros y Agricultores, durante diez años ocupó la presidencia y al retirarse después de haber vendido sus haciendas, dejó en la caja de la Asociación una fuerte suma de dinero.

     Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi niñez, fueron los grandes preparativos que se efectuaron con motivo del concurrido almuerzo que mi padre ofreció a sus compañeros de peleas de gallos: Don Salvador Álvarez Michaud, José Antonio Villavicencio y José Urbano Taylor, quienes junto con él eran propietarios de una gallera situada cerca de la Plaza de los Dos Caminos, en la que se efectuaban todos los sábados torneos de peleas de gallos. Sus gallos eran famosos, bellos ejemplares provenientes de Cuba, Puerto Rico y España. Esa vez les tocaba la pelea con los gallos de Maracay, del general Juan Vicente Gómez y de Antonio Pimentel, quienes vinieron personalmente a presenciar el evento y luego fueron invitados a almorzar un delicioso sancocho de gallina en la residencia de mis padres.

La Casona contaba originalmente con 20 dormitorios y 7 baños

     Esta fue la primera vez que un presidente de la República visitó La Casona. Luego en otra ocasión, mi padre le ofreció un agasajo a su amigo el Dr. Victorino Márquez Bustillos, cuando también ocupó la presidencia de la República. Parece que estos fueron los primeros augurios para que luego se convirtiera en la Casa Presidencial de Venezuela.

     A fines de 1928, estando mi padre visitandome en el Colegio L’Asumption en París, recibió un radiograma de su primo y apoderado Don Henrique Eraso de la Madriz, comunicándole que las haciendas Carlota y Santa Cecilia habían sido vendidas al señor Alfredo Brandt.

     Papá le había dado instrucciones de venderlas si se presentaba un comprador, ya que el problema era muy serio por lo bajo del precio del azúcar y la competencia desigual con los centrales de Aragua.

     Alfredo Brandt, hombre de gran fortuna y gustos refinados, junto con su bella y fina esposa, Elisa Elvira Ruiz, se dedicaron con entusiasmo a adornar y embellecer La Casona.

     Ella, después de varios años de muerto su esposo, la vendió a la nación para ser convertida por el presidente Dr. Raúl Leoni, en la residencia presidencial. Los terrenos de estas dos haciendas se convirtieron en el aeropuerto La Carlota y las urbanizaciones Santa Cecilia y La Carlota.

     Como se dará cuenta el lector por lo que aquí he narrado, los nombres de mis padres honrarían la historia de La Casona por sus dotes de cultura, caballerosidad y honrados agricultores. Además, ellos fueron los pioneros de esta obra.

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