CRÓNICAS DE LA CIUDAD

De cómo nació el cine en Caracas

Por Lucas Manzano

 

     Para historiar acerca de cómo nació y creció esta villa del séptimo arte es necesario haber actuado de cerca en ello y tener las cuentas al día con la memoria.

     Es precisamente por eso por lo que sin ánimo de refutar lo escrito recientemente con relación a las primeras cintas cinematográficas con argumento rodadas, reveladas y exhibidas en el Cine “Ávila” y el “Teatro Caracas” vamos a pergeñar unas cuartillas.

     Corría el año de 1911 cuando un cameraman nativo de yanquilandia, previamente contratado por el Inspector General del Ejército Félix Galavís, apareció en escena para imprimir los actos conmemorativos del Primer Centenario de la Independencia, festejados pomposamente en la capital. Fue nota culminante, que captó la cámara cinematográfica, la revista militar que tuvo teatro en el Hipódromo del “Paraíso”. 

     Debió ser lucrativo el negocio del Mister, toda vez que entró en escena provisto del material y expertos operarios, Henrique Zimmerman, quien estableció su laboratorio en la esquina de “Bolero”. El campo explotado por éste fue el oficial, ya que contaba con la protección del Presidente Provisional.

     Un reducido número de aficionados a la fotografía entre quienes estaban Edgar Anzola, Eugenio Méndez y M. Capriles, filmaban en la Plaza Bolívar y en las Carreras de Caballos asuntos que luego exhibían en el “Cine Ávila” por amor al arte. Se recuerda el ataque del que fue objeto Eugenio Méndez por una dama de pelo en pecho, a quien Méndez fotografió en una película que exhibió sin ánimo de molestarla, aun cuando el asunto despertó la hilaridad de los espectadores

     De palique estábamos con Méndez y sus amigos cuando la dama blandió el paraguas, lo descargó sobre el fotógrafo y a no haber puesto éste los pies en polvorosa como decimos en criollo, habría regresado a su casa hecho una lástima por las acometidas de la fémina.

Lucas Manzano (1884-1966) escritor y periodista caraqueño. Autor de numerosas crónicas costumbristas sobre la historia de la capital venezolana

     En aquellos mismos días los cronistas Federico León, Job Pim, Leo y el autor de esta crónica concebimos la idea de hacernos imprimir una película con Zimmerman, la cual exhibimos en el “Teatro Caracas” en función de gala a beneficio de los chicos de la prensa. El argumento no pudo ser más original; parodiamos “La dama de las Camelias” con el mote de “La Dama de las Cayenas”. 

     Sin preocuparnos por las tomaduras de pelo que habrían de llovernos de colegas no invitados al beneficio, repartimos los papeles como nos vino en ganas. Yo hice el Armando Duval, Aurora Dubain la Margarita, Leo, Job Pim y Federico León otros papeles no menos pintorescos, para interpretar los cuales nos dábamos cita en lugares elegidos por los cameraman.

El Cine Ávila, situado en el centro de Caracas, fue uno de los espacios donde se proyectaron películas a comienzos del siglo XX

     La noche de la función fue apoteósica: El Presidente de la República, los Ministros del Despacho y la sociedad de Caracas colmaron el Coliseo de Veroes. Si el éxito fue clamoroso en cuanto se refiere a nuestro trabajo artístico, no lo fue menos a la hora de repartir los dinerillos que sumaron por conceptos de taquilla y regalos, unos cuantos miles de bolívares.

     Del éxito obtenido nos vino la idea, como aficionados que éramos a la fotografía, de hacernos peliculares. El General Mancera nos trajo de Alemania cámara, película virgen, materiales para el revelado y cuanto era necesario para debutar, no ya como actores de lo cual estábamos arrepentidos, sino como productores.

     No creemos que en la historia del cine se apunte, en estos lados del mundo, casos como los que vamos a narrar.

     Provistos como estábamos del material necesario para producir, obtuvimos la colaboración de Rafael Otazo, quien dicho sea en honor a su memoria, fue el comediógrafo que más hizo por el fomento del teatro en Venezuela. Escribió no menos de cien asuntos que fueron representados en comedias, sainetes, zarzuelas y otras manifestaciones artísticas en el género teatral.

     Otazo escribió para nosotros la película “Don Leandro Tacamahaca”, “Mi Rancho” de doña Soluta Baun, “Paseo Independencia”, Plaza Bolívar, el garito conocido con el mote de “La Hormiga” y varios otros lugares.

     El revelado lo hacíamos en cubetas en forma de urnas que contenían revelador, agua con ácido acético para detener el revelado y baño fijador. De cómo nos coronó nuestra señora de la Buena suerte lo pregonan las ciento y más presentaciones exitosas que obtuvo aquella cinta en teatros de Caracas y del interior.

     Al paso que íbamos habríamos llegado lejos en nuestra empresa peliculera, ignorantes de que nos perseguían de cerca, sin que de ello llegasen noticias a nuestro puesto de mando los llegados de Zimmerman, temeroso éste de que obtuviésemos el negocio que él explotaba con el Gobierno. Es lo cierto que nos incluyeron por tercera vez en la lista de los candidatos a presos políticos del Prefecto Lorenzo Carvallo, y cuando más entregados estábamos a los asuntos cinematográficos fuimos a dar con nuestra pobre humanidad en la Rotunda de Caracas.

     Confundidos allí, cerca de los militares encerrados por desamor al régimen, incomunicados, abrumados con grilletes de sesenta libras y comiendo por alimento conchas de cambur, porque orden superior tenía el Alcalde de que no sobreviviésemos, obtuvimos la libertad más tarde.

     El equipo y todo cuanto conservábamos en nuestros archivos había desaparecido. Fue por ello por lo que no continuamos en nuestra iniciación en el campo del Séptimo Arte.

     Luego de “Don Leandro”, cuyo protagonista era Rafael Guinand, rodamos las corridas de Belmonte en el Circo Metropolitano, “la Fiesta del Árbol” y el “Carnaval de 1918”, que fue el coronamiento de la elegancia y el buen tono de los festivales hasta entonces hechos en la capital venezolana en honor al Dios Momo.

     Otros cineastas rodaron “Ayarí o el Veneno del Indio”, libreto de Ramón David León y varias películas que fueron bien recibidas por el público. Después de nulificado el exitoso ensayo en el cual fuimos actores de baja ralea y productores de postín, entraron a competir compañías peliculeras formadas por capitales abundosos para triunfar. Fracasaron por el poco interés que el público les dispensó a sus producciones. 

     Solamente “Bolívar Films”, que no se inspiró en aquellas, triunfó exitosamente. Presentó en un festival europeo una buena película que mereció los honores de la crítica universal. 

Las primeras cintas cinematográficas fueron exhibidas en el Teatro Caracas o Coliseo de Veroes

     El competente aficionado Luis Roche no fue menos fortunoso con la cinta en colores“Caracas eterna primavera” que se  catalogó como máxima prueba de tecnicismo y buen gusto antes de que se perfeccionara el cine en tecnicolor en escala universal.

     Ahora tiene la palabra Napoleón Ordosgoiti, amante del Séptimo Arte y quien merece la protección de los pudientes para que el nombre de Venezuela suene en esta rama del arte aquí y más allá de los mares.

     Eso, naturalmente, si en la escogencia de los artistas Napoleón no se deja marear por guiños de ojos bonitos y otras cosas que no sean el buen sentido de la tropa y su capacidad para interpretar y hacer las cosas bien.

     Ojalá Dios lo quiera así. Amén.

 

Tomado de: Manzano, Lucas. Tradiciones Caraqueñas (Libro póstumo). Caracas: Empresa El Cojo C.A., 1967; Páginas 127-133
Nota biográfica: Lucas Manzano (1884-1966) escritor y periodista caraqueño. Autor de numerosas crónicas costumbristas sobre la historia de la capital venezolana. Fundador de la célebre revista Billiken (1919-1958). Manzano fue también uno de los pioneros del cine en Venezuela.
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