POR AQUÍ PASARON

Un bogotano en Caracas

Alberto Urdaneta

     Para 1883 se llevó a cabo en Venezuela la llamada Fiesta del Centenario, momento que sirvió de marco para recordar los cien años del nacimiento del Libertador. En este evento se dieron cita personalidades de la vida nacional y de otros espacios territoriales de la América española y distintos lugares del mundo. Mucha de la ornamentación de la Venezuela guzmancista se llevó a efecto bajo este evento que también sirvió para estimular el culto bolivariano alrededor del poder establecido. Entre los invitados estuvo un bogotano, entre otros, de nombre Alberto Urdaneta (1845-1887) quien había sido general del ejército de Colombia, además de empresario agrícola y pecuario. Creador de la escuela de Bellas Artes, pensador, fundador de Papel periódico ilustrado donde publicó “De Bogotá a Caracas” entre 1883 y 1884.

     Las observaciones que plasmó Urdaneta las recopiló en los cincuenta días que estuvo por Caracas. Comenzó su escrito al hacer referencia al Calvario y le informó al lector que al adentrarse a Caracas el ambiente le pareció seductor. Las casas las describió como construcciones de un solo piso, edificadas con mampostería y en calles angostas. Recordaría que con Antonio Guzmán Blanco se comenzaría a construir, desde el denominado Septenio, alamedas o bulevares que imitaban y, en algunos casos, aventajaban las de París por su anchura y protección de la vegetación. De ésta expresó que era abundante y frondosa, cuyo cultivo, se apreciaba, habían ejecutado con esmero lo que ofrecía al observador de la ciudad un aspecto de una ciudad oriental.

     Caracas para su gusto era una ciudad bonita, incluso más bonita que París, y como Bogotá, tenía aspecto de ciudad. Subrayó que su embellecimiento se llevó a cabo luego del movimiento telúrico de 1812. Entre otras virtudes, Urdaneta recordaría la pulcritud y aseo de la ciudad. Aunque era raro ver una escoba y quienes la utilizaran. Como ejemplo de limpieza contó que por el mes de agosto decidió comer una naranja, ofertadas en la calle, para refrescarse, pero no encontró lugar para desprenderse de las conchas puesto que no había cestos de basura, por lo que optó por guardarlas y desembarazarse de ellas en el lugar que tenía como morada. Sin embargo, agregó que había barredoras mecánicas, tiradas por un caballo y dirigidas por un peón. Pero, no era esto lo que mantenía aseadas las calles de Caracas, sino las lluvias porque con éstas las aguas corrían de arriba abajo y esta corriente servía para limpiarlas, a esto agregaría el carácter pulcro de los habitantes.

     En cuanto a estos últimos recordaría que no usaban ruana, ni las mujeres vestían de negro. En su recorrido inicial le vino a recordación tanto el 19 de abril de 1810 como el 5 de julio de 1811 y el espíritu de Independencia, nacido de las doctrinas de Antonio Nariño y los precursores comuneros del Socorro en 1781. Sin duda, una aseveración exagerada a la luz de los estudios, en este orden, dados a conocer posteriormente. En su narración llamó la atención acerca del arzobispado de Venezuela, el Colegio de Ingenieros, la Facultad Médica Nacional, el Instituto de Bellas Artes y la Biblioteca en donde reposaban treinta mil volúmenes.

 

Calles y coches

     En lo referente a la organización y ornamentación de la ciudad delineó en su narración la existencia de 19 puentes, 14 de mampostería y uno de hierro, el cual se ubicaba sobre el río Guaire. En cuanto a las variaciones climáticas habló de dos: lluvia y sequía. Dejó escrito que en los tiempos del Centenario (1883) Guzmán Blanco había mandado a eliminar el que la parte frontal de las casas se blanquearan con cal, yeso o tierra blanca y se sustituyeran por pinturas a base de aceite, con colores claros. Junto con este cambio se dispuso a suprimir los impresos y anuncios públicos en las paredes de ellas. Acerca de esto último, indicó que en lugar de esta práctica se comenzaron a utilizar los árboles, donde con una tablilla se colocaban anuncios de interés.

     A medida que avanza su descripción agregaría nuevos aspectos que le llamaron la atención en comparación con su originaria Bogotá. Reconoció que el uso del cemento apenas comenzaba en Venezuela y que la mayoría de las calles centrales eran de este material. El mismo estaba siendo utilizado para sustituir en las calles las antiguas lajas de formas irregulares y variadas. Aunque las calles fuesen empedradas, con pequeñas piezas, ello no impedía el libre flujo de los carruajes.

     En lo que se refiere al transporte señaló que, el uso de los carruajes estaba bien reglamentado y que existían dos tipos diferentes de ellos, aparte de los particulares: los de plaza y tirados por uno o dos caballos. Para su convencimiento la mayoría de choferes eran italianos. Las tarifas variaban según las situaciones. Un bolívar por cada carrera o un venezolano por hora. Ofreció la información sobre la existencia de unos 160 carruajes de plaza en Caracas.

     A estos sumó los coches de lujo tirados por dos caballos y los cocheros hijos del país, según lo anotado por Urdaneta. El costo del servicio eran dos venezolanos por hora. Los días de fiesta y al salir de la ciudad al campo el costo era el doble. Indicó que cada cochero llevaba un reloj y vestían indumentaria presentable y pulcra. En Caracas habría unos cuatrocientos de este tipo reseñó en su texto. El medio de transporte más utilizado para trasladar objetos y mercaderías eran animales como el asno o pequeños carros de dos ruedas, halados por mulas, un solo arriero conducía hasta doce asnos en recua.

     De las calles anotó que estaban bien alumbradas con faroles de petróleo. Para la fiesta del Centenario se agregaron faroles de esperma y la luz eléctrica, basada en el sistema de Weston en algunos puntos de la Plaza Central y monumentos importantes. En la visita que llevó a cabo a la Catedral de Caracas, destacó un cuadro de Antonio Herrera, pintor de tendencia modernista. De igual modo, subrayó que en los alrededores de ellas había espacios vacíos, uno de ellos donde reposaba el corazón de Girardot, sin lápida que identificara el lugar. Con cierto aire quejumbroso señaló que un sentimiento patriótico debía embellecer este lugar, en vez de estar sepultado en medio de grama crecida. De otras iglesias caraqueñas señaló que la de Altagracia era la predilecta de las mujeres y la iglesia de la Merced donde existían fosas y que para él sería importante que, en Bogotá algunos templos, imitaran esta práctica y así obtener recursos económicos que ayudaran en su funcionamiento.

 

Caraqueños y caraqueñas

     Su relato es muy sobrio respecto a hábitos, usos, costumbres, gustos de lo que denominó sociedad caraqueña. Justificó que no se extendería en este punto porque el poco tiempo de observación de sus cualidades y por lo reducido de los defectos de ella no se prestaban para ser calificada.

     Del caraqueño anotó que eran mezcla de alemanes, vascos y que las razas primitivas constituían la costa norte de Suramérica. Estos grupos mezclados le sirvieron de pauta para calificarlos como sigue: raza pronta a las buenas o malas pasiones, despierta para todo, no perezosa, apasionada, sensible, apta para las armas como para escribir tratados jurídicos o una novela, vehementes en el afecto como en el resentimiento. Agregó la falsedad de la idea según la cual el caraqueño no era blanco, por eso adicionó que era tan blanco como el europeo, como “nosotros”, subrayó Urdaneta. El mismo vigor y energía corría por sus venas esa buena sangre azul, atributo de la raza especial suramericana, remató el autor.

     Advirtió que, a pesar de su edad y sin perder la sangre fría, se dio a la tarea de observar las generalidades en saraos, visitas oficiales o familiares, en calles, jardines de los caraqueños. En fin, apreciar la parte poética del género humano. Sus conceptos alrededor de este aspecto son como sigue. El caraqueño reunía la gracia innata de los pobladores de tierras templadas. En cuanto a la mujer insistió que el clima facilitaba baños depurativos desde tempranas horas del día. A ello se agregaba la vestimenta vistosa y de sus encantos como mujer. Dejó escrito que, las tibias mañanas se prestaban para el encuentro furtivo de parejas de enamorados en la choza, el valle y la finca. Aseveró que las damas lucían trajeadas a la usanza de las parisinas en la época primaveral.

     Las mañanas eran las predilectas para las compras, pasear, oír misa o la visita de confianza. Ya desde las once de la mañana hasta las tres de la tarde la ciudad presentaba su monotonía. Contó que las mujeres al caer el sol salían con sus costosos vestidos, pero de buen gusto, y se exhibían en paseos y lugares públicos. A la armonía especial de la costa, la mujer caraqueña la acentuaba al darle un movimiento a la frase importante que intentaba comunicar. En el teatro y el baile, el donaire en el vestir, su constante sonrisa, la amabilidad que seducía le daban a la caraqueña un atractivo incomparable, según dejó escrito Urdaneta.

Urdaneta fue fundador de Papel periódico ilustrado, donde publicó “De Bogotá a Caracas”

     Sin embargo, propuso que estas características las había apreciado en un momento muy puntual. Por ello añadió que bien pudieran ser estas acciones o características habituales o, al contrario, propiciadas por una situación específica. De los hombres dejó plasmado que, vestían con trajes propios de época de verano, usaban sombrero de copa o de paja. Las vestimentas de dril blanco sólo las portaban los más elegantes. En las visitas de etiqueta o asistencia a la ópera iban con frac. En lo referente al consumo de bebidas espirituosas recordó la sobriedad con que las degustaban y que de una copa de cerveza no se excedían, mostró su gusto al ver que el brandy no fuese común entre ellos. En ágapes o fiestas preferían el ron Carúpano.

Para Urdaneta, Caracas era una ciudad bonita, incluso más bonita que París

     También resaltó el gusto de los caballeros por el baile, que lo ejecutaban con maestría. Cumplidores en sus visitas, no tenían impedimento para prolongarlas, si eran de su agrado, dos o tres horas. Aceptaban u ofrecían con franqueza un almuerzo o cena al visitante. Otras virtudes que resaltó: eran madrugadores y como las damas salían a dar paseos. Se trasladaban sin quejas hacia otras parroquias, en ocasiones a pasar el día o a pasear en horas de la mañana. Como seres serviciales y galantes atendían presurosos el pedido ajeno. Urdaneta destacó el uso del bastón por parte de los caballeros. En cuanto a los obreros, aquellos dedicados al trabajo rudo, no usaban la por él llamada perezosa y sucia ruana, andaban en mangas de camisa o con un ligero saco de dril blanco.

     A lo largo de su narración, el autor, expuso sus observaciones con bastante cuidado. Se cuidó de no ser muy crítico, condición que exhibió cuando hizo referencia a lo que en Bogotá era usual. Resulta de gran interés la escasa consideración en torno a la realidad política. Igualmente, cuando refería comparaciones con la realidad europea lo hizo para enaltecer esta comarca caraqueña, así como a su lugar de origen. Esto, de ningún modo, desdice lo relatado. Me parece que el interés principal es la coincidencia respecto a algunos atributos que se daban como un hecho entre quienes examinaron Caracas desde su realidad vital. El viajero relator hace uso de su propia experiencia, así como de sus vivencias personales y territoriales, ejes a partir de los cuales establece diferenciaciones y también coincidencias. Si algo se puede destacar entre el viajero hispanoamericano y el proveniente de Europa es aquel en que su propia experiencia es la impronta del relato. A este tenor, que entre uno y otro el relato normativo se torna diferente al momento de la comprensión del desenvolvimiento social en civilización.

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