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El asesinato de Oscar Calles - Parte I

Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles

     Enorme consternación entre los seguidores del deporte y el público en general causó hace casi setenta años el homicidio del boxeador caraqueño Oscar Calles, quien perdió la vida en una pelea callejera la madrugada del 10 de julio de 1951. 

     Calles, quien entonces contaba con 29 años de edad, estaba retirado de la actividad pugilística desde hacía un año. Había cumplido una brillante carrera tanto en Venezuela como en escenarios internacionales entre 1938 y 1950, llegando a ganar títulos de campeón nacional en las categorías pluma y ligero. A mediados de los años cuarenta apareció ubicado en la tercera casilla de la clasificación de la revista “The Ring”, en la división pluma. 

      La cobertura periodística del asesinato de Calles en los diarios capitalinos fue tan amplia, que opacó en gran medida la histórica intervención de Alfonso “Chico” Carrasquelshortstop de los Medias Blancas de Chicago, quien ese mismo día se convirtió en el primer jugador latinoamericano que intervino en un Juego de Estrellas de las Grandes Ligas. 

     El recordado periodista Oscar Yanes, en su obra Del Trocadero al Pasapoga, le dedicó amplio espacio al trágico evento con detalles de la cobertura del crimen en el que perdió la vida su paisano sanjuanero: 

     “El reportero policial Freddy Urbina terminó aquella noche su guardia en Últimas Noticias y se fue a comer tostadas en «Noche y Día», en la plaza de Palo Grande, junto con el detective Juan Manuel Romagaza, de la Brigada de Homicidios. 

     Las arepas de «Noche y Día» habían derrotado a las del Club Venezuela, y especialmente ahora, pues en una crónica de Eladio Secades, en la revista  Carteles, de La Habana, se señalaba al negocio Sanjuanero como «la arepa más famosa del norte de América del Sur». 

     Desde las doce de la noche se registraba un verdadero tumulto en la calle que va hacia el cerro del Guarataro, desde la plaza de Palo Grande.  

̶ ¡Una cuajada! 

̶ ¡Una mechada! 

̶ ¡Dame un «payaso»! 

̶ Un dominó, vale, ¡que tengo media hora esperando!   

      En «Noche y Día», abogados, pregoneros, médicos, comerciantes, profesores, maestros y deportistas, participaban frente a un pequeño mostrador en la lucha por conseguir en el menor tiempo una tostada. En «Noche y Día» no había padrinos. Usted recibía su arepa cuando le llegaba su turno. Los dependientes estaban tan acostumbrados a ver gente famosa peleando por una tostada, que no le paraban a nadie. 

̶ Dame un dominó, ¡vale! 

̶  Espérese un momento, Betancourt, porque hay cuatro por delante 

̶ Despacha rápido a Rómulo, ¡vale!  ̶  reclamaba algún adeco impaciente. 

̶ No se preocupe, compañero, que yo se esperar… ̶  asentaba el caudillo blanco. ̶  Y lo mismo ocurría con Jóvito Villalba, con Gustavo Machado, con Ignacio Luis Arcaya, con el banquero Salvatierra, con el doctor Carlos Morales, Eugenio Mendoza, Manuel Egaña, José Antonio Mayobre, José Nucete Sardi, Alfredo Tarre MurziKotepa Delgado, Alirio Ugarte Pelayo, Fabbiani Ruiz, José Agustín Catalá, José Antonio Pérez Díaz…  

     Eladio Secades afirmaba en su crónica de Carteles que si un venezolano no iba a comerse una tostada en Palo Grande «se consideraba un¡pecado mortal! Las mujeres se quedan en los automóviles y nadie se mete con ellas, mientras los hombres ante el mostrador toman parte en la contienda cívica por la arepa» 

     «Shakespeare, en Venezuela, no hubiera dicho nunca: «Mi reino por un caballo ¡Un caballo! sino «Mi reino por una arepa ¡Una arepa!» 

     «El respeto a las mujeres es total, en esa calle de San Juan, menos en carnaval   ̶ escribe Secades ̶ .   Eso sí, cuando llegan dos o tres «negritas», cualquier cosa puede pasar. Las negritas son piezas de cacería libre y nadie se puede poner bravo» 

 

     Urbina y Romagoza, mientras iban en la patrulla de Últimas Noticias, hablaban de la gran preocupación de aquellos días: el costo de la vida. 

̶ ¿Para qué sirve hoy un «fuerte»? ̶  preguntó Romagoza. 

 ̶ Para un ¡carajo!  ̶  contestó Urbina ̶  hasta hace cuatro años se podía adquirir por un «fuerte», un montón de cosas, no sólo de primera necesidad, sino de diversión y de lujo. Un sueldo de mil bolívares mensuales, era superior entonces, a uno de dos mil bolívares en la actualidad. Se podía hacer más con mil bolívares en aquella época que con dos mil ahora. 

 ̶  Yo he sacado la cuenta   ̶ dijo Romagoza ̶ : con un fuerte y tres lochas, tú podías comprar, hasta el año pasado, un kilo de papelón; un kilo de maíz; un kilo de arroz; un kilo de caraotas y un kilo de harina. El papelón costaba 1,37; el maíz 0,64 céntimos; el arroz 1,20; las caraotas 1,32 y la harina 0,83 céntimos. Suma para que veas. Te da un total de un «fuerte» con treinta y seis céntimos. Ahora, pon atención a esto,  Freddy: hoy en día para comprar los mismos productos, necesitas siete bolos con treinta y cinco céntimos. Observa los precios: papelón, 1,40; maíz, 0,85; arroz, 2,50; caraotas, 1.60 y harina, un bolívar.   

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̶ Solamente un kilo de arroz, ̶ intervino Urbina ̶  que se consume en una sola comida de una familia pequeña, representa  medio «fuerte». 

 ̶ Párate, ¡vale!  ̶ gritó de pronto Romagoza, cuando, el automóvil se acercaba a «Noche y Día». Dos tipos se estaban cayendo a golpes, a pocos metros del negocio. El más pequeño de los dos peleadores le tiró a su contendor un golpe a la cara, pero quizás no llegó a su destino, porque el otro, atacó al estómago con una navaja. 

 ̶ ¡Ay!  ̶ El hombre se dobló y el agresor huyó 

̶ Es ¡Oscar!  ̶ gritó Urbina, mientras lo agarraba. 

̶ Suéltame hermano, que estoy ¡herido! 

̶ ¿Dónde?  ̶ preguntó Urbina, pero al bajar la vista vio que tenía la camisa manchada de sangre, a la altura del estómago, y parte del pantalón. 

̶ ¡Se nos va el hombre!  ̶ gritó Romagoza, viendo la sombra del fugitivo, que ya cruzaba por debajo del puente de la línea férrea. El tipo corría hacia el cerro del Guarataro. 

̶ ¡Párate o disparo!  ̶ ordenó el detective. 

̶ ¡Hirieron a Oscar Calles!  ̶ gritaron en el negocio. 

Todos querían ayudar al boxeador herido, al ídolo indiscutible de Caracas, nacido y formado en la parroquia San Juan. 

     Urbina y Romagoza dejaron a Calles en manos de los curiosos y corrieron detrás del agresor. El hombre no presentó resistencia. 

̶ No disparen que estoy herido ̶ . El reportero y el policía vieron que tenía la mano derecha cerrada.    

̶  Suelta la navaja. 

     Abrió el puño y apareció el arma: una navajita de ocho centímetros. El policía sacó la hoja ensangrentada de las cachas. La cuchilla tenía unos cinco centímetros de largo. 

̶  Me partió la cara  ̶ dijo el hombre ̶  . 

     Era un tipo alto, catire, de bigote pequeño, con pantalón claro y guayabera amarilla ̶ . 

̶ Yo no puedo pelear, vale, con Oscar Calles, coño es un ¡campeón! ¡Me mata! Tenía que defenderme. Me ofendió, vale, ¡me ofendió! 

     A  Calles se lo llevaron para el Puesto de Socorro y Romagoza y Urbina se fueron con el hombre para la Brigada de Homicidios. 

̶ ¿Cómo te llamas?  ̶ le preguntó Freddy en el auto. 

̶ Camilo Rosas, vale, y vivo aquí mismo en San Juan. Es que Oscar es boxeador y se siente  «muñeca gruesa». ¿Cómo es posible que me haya partido la cara? Chico, yo me enfurecí cuando me vi la sangre. ¡Fíjate como tengo la ceja! 

     Oscar Calles ingresó al Puesto de Socorro, en la esquina de Salas, a la una de la madrugada. Una hora después llegó la esposa, Leonor Andrade de Calles, acompañada por el boxeador J.J. Fernández y por otros amigos del pugilista. 

     Calles estaba en una camilla, aparentemente en pleno uso de todas sus facultades. 

̶ ¿Para qué viniste?  ̶ le preguntó a Leonor ̶ . No te preocupes, que no me ha pasado nada grave. Apenas una cortadita que me arreglarán con tres puntos de sutura y me voy para la casa. Me parece que lo mejor que puedes hacer, mi amor  ̶ le pidió agarrándole la mano derecha ̶  es regresar. Aprovecha para llevarte la ropa que está ensangrentada y la plata que yo cargo. Acuérdate de los muchachos. Y mañana, por favor, no digas nada en el trabajo, de que yo no voy a ir. Esta es una tontería, mañana estoy temprano en la compañía.

̶ No, mijo, yo no me voy, ̶   contestó Leonor llorando.

̶ Si esto no es nada, chica. Quédate tranquila y para probártelo, te voy a mostrar la herida. 

     Calles, levantó la sábana y le enseñó a su mujer la cortada, en la parte baja del abdomen. 

̶ Te fijas, que no es nada. Dame un cigarrillo. 

      Le dio dos fumadas y se lo devolvió a la esposa. 

̶ Yo espero que dentro de un rato me pueda ir. Acuérdate de los muchachos. ¡Vete! 

     En la policía, Camilo Rosas decía que cuando  fue a salir de «Noche y Día», después de comprar una «reina pepiada», Oscar le cerró el paso. 

 ̶ Le reclamé y me llamó «lambucio». Me tiró un golpe a la cara y entonces tuve que defenderme…

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